Resiliencia: ¿Qué es? ¿Forma parte de la inteligencia emocional?

Tabla de contenidos

  1. ¿De qué hablamos cuando hablamos de resiliencia?
  2. ¿Para qué sirve esta capacidad en la práctica diaria?
  3. ¿Por qué es tan crucial apostar a la resiliencia?
  4. ¿La resiliencia es parte de la inteligencia emocional?
  5. Las caras de la resiliencia: ¿dónde la vemos?
  6. La resiliencia en el día a día del trabajo
    • - Su importancia estratégica en el entorno laboral actual
  7. El rol clave de recursos humanos: Fomentar, no solo exigir

Si hay una palabra que nos define bastante bien en Argentina, es ‘resiliencia’, ¿no? Vivir y gestionar empresas acá es un entrenamiento intensivo para adaptarse. Esa gimnasia de remar contra la corriente, de levantarse después de cada golpe económico, social o político, parece que la traemos incorporada. El término original viene de “rebotar”, y vaya si sabemos de eso en este país. El 2001 fue un quiebre, pero la necesidad de adaptarse es el pan de cada día.

Hoy, con un mundo que cambia a velocidad de vértigo y los desafíos constantes que enfrentamos (incluyendo los coletazos de la pandemia), esa capacidad para no quebrarse y encontrar la forma de seguir adelante es más que importante: es una necesidad crítica. No es solo un tema de bienestar personal; es fundamental para que nuestras organizaciones puedan sobrevivir y, con suerte, prosperar en este entorno. Así que, más allá de la teoría, pensemos en cómo nos impacta esto en la gestión diaria.

¿De qué hablamos cuando hablamos de resiliencia?

Ser resiliente no es ser de hierro ni hacerse el duro. ¡Nada que ver! Es, en realidad, tener la capacidad de absorber el impacto cuando las cosas se ponen bravas, pero sin romperse en el intento. Pensemos en la flexibilidad del junco ante la corriente. Y, fundamentalmente, es sacar algún aprendizaje de la experiencia, por difícil que sea, para no tropezar siempre con la misma piedra.

Es una mezcla de fortaleza interna con una gran dosis de flexibilidad mental. No hay que confundirla con la simple ‘resistencia’. Aguantar así, a la larga, desgasta. La resiliencia, en cambio, implica una transformación, un aprendizaje. Es el arte de caerse y encontrar la manera de levantarse, quizás un poco distinto, pero listo para seguir. Algo que nuestra historia como país nos ha enseñado a la fuerza.

¿Para qué sirve esta capacidad en la práctica diaria?

Tener esa “cintura” para los momentos difíciles sirve, y mucho. Primero, cuida a la gente, actúa como un amortiguador para la salud mental. Ayuda a manejar el estrés crónico, la ansiedad o esos bajones que pueden venir con la presión y la incertidumbre, evitando que las personas desarrollen el “burnout”.

Segundo, impacta directamente en la calidad de vida y en el desempeño. Permite enfrentar los cambios o los problemas con otra perspectiva, más abierta, más enfocada en soluciones, y eso es clave para no quedarse paralizado y poder seguir adelante con los objetivos. 

Y tercero, algo que a veces no se valora lo suficiente: mejora muchísimo las relaciones dentro de los equipos. Fomenta la empatía, una comunicación más honesta y ayuda a resolver los inevitables roces de una forma más constructiva.

¿Por qué es tan crucial apostar a la resiliencia?

La verdad es que invertir en resiliencia (propia y de los equipos) rinde, y se nota a varios niveles. A nivel personal, da una base de seguridad y confianza para manejar lo que venga. A nivel social, es lo que vemos en la solidaridad que surge en las crisis, esa capacidad argentina de organizarse y darse una mano. Incluso esa picardía o “viveza criolla” para buscarle la vuelta, bien entendida, tiene un componente de adaptación creativa fundamental.

Pero para las organizaciones, el impacto es directo en el negocio:

  • Equipos más resilientes generan un mejor clima laboral.
  • La gente está más motivada y comprometida.
  • Se ve una mayor productividad y eficiencia, incluso bajo presión.
  • Y un punto clave hoy: reduce la rotación y el ausentismo, lo que significa ahorrar costos y mantener la estabilidad. En un país como Argentina, esto no es un detalle menor, es estratégico.

¿La resiliencia es parte de la inteligencia emocional?

Van de la mano, son inseparables. Es muy difícil desarrollar esa capacidad de adaptación y rebote si no hay un buen manejo de las emociones. Es necesario poder reconocer qué pasa a nivel interior (autoconciencia), gestionar esas emociones para que no desborden (regulación) y entender al otro para colaborar y buscar apoyo (empatía). Son habilidades fundamentales.

¿La buena noticia? Se pueden desarrollar. No es algo con lo que se nace o no se nace. A través de prácticas como el mindfulness, coaching, terapia, o simplemente programas internos de desarrollo de habilidades de comunicación y resolución de conflictos, se puede fortalecer tanto la inteligencia emocional como la resiliencia en los equipos.

Las caras de la resiliencia: ¿dónde la vemos?

Esta capacidad no es uniforme, se manifiesta de distintas formas:

  • Está la resiliencia individual: La de esa persona que conocemos que superó un problema personal o de salud muy duro y siguió adelante con fuerza. Depende mucho de factores internos y del apoyo externo que reciba.
  • Está la resiliencia organizacional: La que nos interesa directamente como gestores. Es la habilidad de la empresa entera para adaptarse a cambios de mercado, crisis económicas, o disrupciones tecnológicas, apoyándose en un liderazgo claro, una cultura flexible y capacidad de innovar.
  • Y está la resiliencia comunitaria: La fuerza de un barrio o una comunidad para recuperarse juntos después de un golpe fuerte (una inundación, una crisis local), basada en la solidaridad y la organización colectiva.

La resiliencia en el día a día del trabajo

En la práctica laboral, ¿cómo se ve alguien resiliente? Es la persona que puede adaptarse a los cambios de rumbo sin dramas excesivos, que maneja la presión por los resultados de forma saludable, que si se equivoca o algo sale mal, aprende la lección y sigue intentando. En el contexto argentino, con sus vaivenes, contar con gente así es fundamental. Para la empresa, tener equipos con esta característica significa mayor agilidad, mejor respuesta a los problemas y, en definitiva, más chances de mantenerse competitivos.

Su importancia estratégica en el entorno laboral actual

Hoy, la resiliencia ya no es una cualidad “deseable”, es una competencia laboral esencial. Las empresas argentinas que demuestran mayor capacidad de adaptación y sostenibilidad suelen ser las que han cultivado esta capacidad en su gente. No solo permite a los empleados y líderes manejar mejor los desafíos y evitar el desgaste, sino que impacta directamente en un mejor ambiente, mayor compromiso y mejores resultados, incluso (o especialmente) cuando el entorno es complicado.

El rol clave de recursos humanos: Fomentar, no solo exigir

Y aquí es donde RRHH (y la dirección de la empresa en general) tiene que asumir un rol protagónico y estratégico. No alcanza con poner “resiliencia” en la descripción de un puesto; hay que crear las condiciones para que florezca. ¿Cómo?

  1. Programas de bienestar con impacto real: Ofrecer herramientas útiles para gestionar el estrés, cuidar la salud mental (acceso a terapia, talleres de mindfulness que no sean solo para la foto, etc.).
  2. Desarrollo de habilidades clave: Invertir en capacitar a la gente (¡y a los líderes!) en resolución de problemas, comunicación asertiva, manejo de la frustración, inteligencia emocional.
  3. Construir una cultura de apoyo: Quizás lo más importante y difícil. Fomentar un ambiente donde pedir ayuda esté bien visto, donde el error sea una oportunidad de aprendizaje, donde exista reconocimiento genuino y colaboración real entre equipos.

Muchas empresas en Argentina ya están trabajando en esta línea, entendiendo que es una inversión directa en su gente y en su futuro.

La resiliencia no es un concepto abstracto ni una solución mágica. Es una habilidad fundamental y, sobre todo, desarrollable, indispensable para navegar el complejo escenario argentino, tanto en lo personal como en lo profesional. Como líderes y gestores de organizaciones, tenemos la responsabilidad y la oportunidad de cultivarla activamente en nuestros equipos. No es un gasto, es una de las inversiones más estratégicas que podemos hacer hoy.

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